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Y es que si analizo las cosas que nos han contado de pequeños, el mismo Quevedo volvería a escribir un Quijote en extensión, recogiendo toda la sarta de sandeces que -en algunos casos con buena intención- los adultos trataban de inculcarnos.
Recuerdo aquel cura, buena persona, cuyo nombre no hace al caso, que tan engañado como sus pequeños alumnos, nos decía: "Hijos míos, no os masturbéis, pues además de ser pecado atentáis contra vuestra salud ya que esa práctica puede desembocar en la tuberculosis". Joder, pensaba yo, cuánto se la tienen que haber "meneado" mis dos primos que les han tenido que llevar a la sierra para curarles esa enfermedad. Y quieras ó no, cierto miedo te metía en el cuerpo el buen cura.
Otro pensamiento "filosófico" muy en boga por aquellos años, era aquello de que "quien de verdad te quiere te hará llorar". Coño, si bien era cierto en lo que atañía a mi madre -mi padre nunca nos pegó, quizás para compensar-, podía habernos querido un poquito menos, pues no les quiero contar a Vdes. la forma de atizar candela que tenía la señora.
Y que me dicen de aquello de "la letra con sangre entra". En los colegios y escuelas te hacían aprender de memoria no solamente el Catecismo Ripalda, los ríos de Europa y la Historia de España, sino también las tablas de multiplicar.
Era fundamental que cuando tu mamá te preguntase la lista de los reyes godos delante de sus amigas tú contestases de un tirón y sin pestañear. Lógicamente si no respondías a las preguntas del Profesor de turno como un papagayo, te encontrabas con tres tipos de castigo, a saber: el tortazo inmediato, que si tenías suerte sólo te dejaba sordo por un
tiempo; luego venía la palmada con la regla en la mano abierta, que si la quitabas te daban dos más de propina (muchos aprendimos lo del ajo y puedo atestiguar que funcionaba, aunque te olieran las manos a la peste del susodicho condimento); y la última de las torturas inventadas a estos efectos era el ponerte de "rodillas" cara a la pared durante el tiempo que duraba la clase, (a veces era duro porque no llevábamos pantalón largo) pero lo peor eran las pelotillas de papel doblado 100 veces que te enviaban los colegas con tirachinas de gomas desde los bancos y que con buena puntería dirigían
generalmente a las orejas y cuello.
Teníamos un Profesor muy conocido por su "crueldad" en estos menesteres y un día decidimos gastarle una pequeña broma que consistió en llenarle de tinta su silla, adicionada con polvos de talco y un poco de barro que alguno llevó en un papel de periódico; arrimamos la silla debajo de la mesa para mayor precaución, aunque solía sentarse sin perdernos de vista, porque ya alguien le había tirado una vez un huevo. Bueno, bueno, no pueden imaginarse Vdes. La cara que puso aquel hombre cuando se vió su traje pringando de aquella masa negruzca y el regocijo general dibujado en las caras de todos los alumnos. Fue el descojone, con el poco sentido del humor que tenía aquel tío quería matarnos a todos. Tuvo hasta que intervenir el Director del Colegio y saben Vdes. que pasó, pues que el Profesor pegón se marchó a trabajar a otro lugar y
nunca se supo quienes fueron los cabecillas de aquella broma......
Otro día les seguiré contando cosas.
Carlos Gamarra
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